El hombre cabal
El hombre cabal, hombre que a pesar de sí mismo contruye un pulso, una
arquitectura de vida -manifestación estructural de cómo hacer alma aún al hilo
de la fatalidad-, contempla los días desde un resquicio distinto al resto de los
hombres. En sus hombros se posa el destino como el aire acariciando la nuca de
un condenado a muerte. Este hombre siembra en tierra árida y de ella nacen
alisos, brezos y sauces. La música de los misterios de lo púrpura, de los
miembros sujetos al cuerpo -armazón de lodo y conjuro- resuena vocálicamente en
su frente.
El hombre cabal se marchita bajo la sombra de un árbol de palabras. No se mueve de tierra porque la raíz de su pensamiento es una hoz que le corta el aliento. Y su sed de respiro sólo aquieta afanes mientras escucha de las hojas la última nota del voraz juego de la muerte. Mientras calla el mundo se le descubre.
Su mirada: relámpago del suicida.
El hombre cabal se marchita bajo la sombra de un árbol de palabras. No se mueve de tierra porque la raíz de su pensamiento es una hoz que le corta el aliento. Y su sed de respiro sólo aquieta afanes mientras escucha de las hojas la última nota del voraz juego de la muerte. Mientras calla el mundo se le descubre.
Su mirada: relámpago del suicida.
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