No hay nada que irrite más que mirarse en el espejo. Quizás
sea porque son de las pocas cosas que se resisten a doblegarse ante nosotros. Por
eso, siempre que la ocasión me lo permite, entro en el aseo con la luz apagada, es la única manera de evitarlos. El problema es que como a mi mujer le gusta
tenerlos colgados por todas partes de la vivienda, no me ha quedado más remedio
que tapiar las ventanas de la casa, así es que, con el paso de los
años, noto que cada vez parpadeo menos
y que las aberturas de los ojos se me han cerrado. Ahora soy feliz porque, aunque ciego, esquivo, sin ningún
temor, la presencia de estos pulidos objetos tan indiscretos.
Yo he aprendido a estar más de cara a mí y de espaldas al espejo.. :)
ResponderEliminarUn abrazo