Curiosidades
Me ha dicho el
médico que me pese cada
mañana. De ese modo, si un día cojo unos gramos, al siguiente pondré los medios
para perderlos. No es preciso añadir que se trata de un médico obsesivo, pero
ni los médicos ni las esposas nos tocan en la lotería. Si estoy con él, me
digo, por algo será. De otro lado, me gusta la idea de corregir el martes los
errores del lunes. Lo primero que hago al sentarme frente al ordenador, a
primera hora, es repasar las páginas escritas la jornada anterior. Siempre tacho
algunas palabras o añado otras. Gracias al médico obsesivo he empezado a
relacionarme con mi cuerpo como si fuera una novela que escribo día a día. Hoy
peso 200 gramos más que ayer por culpa de una cena que ni siquiera me hizo
feliz. Pues nada: a tachar esos doscientos gramos a base de frutas y punto
(punto y aparte).
Tachar kilos es tan difícil como tachar adjetivos. Se les coge cariño a los unos y a los otros. Aunque sabes que no le vienen bien a la escritura ni al cuerpo, nos cuesta cortar por lo sano, ésa es la verdad. Pero quiero insistir en la idea del cuerpo como novela; a veces, como novela de terror. Me hice unos análisis que me entregaron en un sobre cerrado donde ponía la palabra «confidencial». Iba por la calle con aquel sobre debajo del brazo como si fuera un agente del Centro Nacional de Inteligencia. Pero sólo era un espía de mi propio cuerpo. Se lo entregué al médico y fue entonces cuando me recomendó que me pesara todos los días, para tachar el miércoles los gramos de más escritos durante el martes. En eso estoy.
Para amortizar la báscula, me peso siempre que paso cerca de ella. Por las noches, no sé por qué, peso siempre dos kilos más que por la mañana. Pero son dos kilos que se tachan solos, también de forma inexplicable, durante el sueño, como si los gramos se colaran por un sumidero invisible. El otro día me desperté de madrugada y estuve una hora sobre el peso, para sorprender al cuerpo en el instante de adelgazar, pero es más difícil que ver crecer la hierba. He hecho también experimentos con algunos libros. Las novelas pesan más por la noche que por la mañana. La poesía, en cambio, siempre pesa igual. Cuestión de metabolismo, supongo.
Tachar kilos es tan difícil como tachar adjetivos. Se les coge cariño a los unos y a los otros. Aunque sabes que no le vienen bien a la escritura ni al cuerpo, nos cuesta cortar por lo sano, ésa es la verdad. Pero quiero insistir en la idea del cuerpo como novela; a veces, como novela de terror. Me hice unos análisis que me entregaron en un sobre cerrado donde ponía la palabra «confidencial». Iba por la calle con aquel sobre debajo del brazo como si fuera un agente del Centro Nacional de Inteligencia. Pero sólo era un espía de mi propio cuerpo. Se lo entregué al médico y fue entonces cuando me recomendó que me pesara todos los días, para tachar el miércoles los gramos de más escritos durante el martes. En eso estoy.
Para amortizar la báscula, me peso siempre que paso cerca de ella. Por las noches, no sé por qué, peso siempre dos kilos más que por la mañana. Pero son dos kilos que se tachan solos, también de forma inexplicable, durante el sueño, como si los gramos se colaran por un sumidero invisible. El otro día me desperté de madrugada y estuve una hora sobre el peso, para sorprender al cuerpo en el instante de adelgazar, pero es más difícil que ver crecer la hierba. He hecho también experimentos con algunos libros. Las novelas pesan más por la noche que por la mañana. La poesía, en cambio, siempre pesa igual. Cuestión de metabolismo, supongo.
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