Pinceladas
Los tomaban por una familia bien acomodada, y jamás habrían
admitido que estaban pasando una mala racha. Después de mucho pensarlo,
gastaron sus últimos ahorros en un maletín de pinturas y algunos pinceles.
Ella, que siempre había tenido un poquito de artista, dibujaba cada mañana el
pañuelo inmaculado en el bolsillo de su marido, doraba los pomos de las
puertas, acentuaba el brillo del asado de cordero que se veía desde la ventana,
disimulaba las manchas de humedad y, qué diantre, con un toquecito aquí y otro
allá, convertía el viejo coche familiar en un resplandeciente Mercedes.
Envalentonada, no paró de insistir hasta que su marido la dejó pintar a un
precioso niñito rubio, a veces sentado en el sofá, a veces jugando en su cuarto
o asomado a la terraza, a quien por si acaso no sacan nunca en los días
de lluvia.
(Texto cogido de la página http://www.cuentosminimos.com/)
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