Pintura de Ernest Descals
¡Bendita familia!
Cada día que pasa, está más claro: tengo que acabar pronto mis
estudios y abandonar la casa. Me
bastará sólo con la F.P. y mandaré a
paseo mis intenciones de ir a la Facultad. He de salir cuanto antes de esta
enfermiza grillera.
En casa casi nunca comemos juntos -a pesar del régimen cuartelario que
quiere imponer mi padre-, pero mira tú por dónde hoy hemos coincidido toda la
familia a la mesa. No sé para qué; esto agrava más, si aún es posible, la
atmósfera irrespirable que sufrimos.
¿Y éste, a qué vendrá?. Ahí está mi hermano con veinte años recien
cumpliditos: semianalfabeto, drogata y currando en los albañiles desde que se
“liberó” de los estudios. Digo “ahí está” por decir algo, porque no es más que
la representación alielígena de su
sombra. Es un ser sin ente, falto de aliento en su alma, vacío como una nuez
vana. Es raro encontrarlo alguna vez por la casa; seguro que viene buscando
guita para sus vicios.
¿Y la alegría de mi hermana? Nunca abandona esa sonrisa boba. A ésta aún la entiendo menos: dieciocho años,
no estudia, no trabaja, miembro de la tribu de los cani, sólo aspira a coger el
mayor número de cogorzas posibles a la semana, y a que no la importune más mi padre
exigiendo saber quién es el responsable
de la preñez de su cándida hija.
Es asombroso su engallamiento al comunicarnos la buena nueva. Porque ella,
además, se siente extremadamente importante con el nuevo papel que representa.
Lo más asombroso es el caso de mi madre. Mírala, ahí está sentada
frente a mí; seguro que ni me ve: no sabe, "no quiere", no existe. Es un zombi.
Temerosa como es de la actual pandemia de depresiones que últimamente asola al mundo, se obstina valerosamente a no arriesgarse a que cualquier problema la contagie. No es una batalla la que tiene declarada a las contrariedades de la vida, es una auténtica guerra. Curiosa la respuesta que dio a mi padre al conocer lo de mi hermana: “hijo, la niña ya tiene edad y derecho a realizarse”. Y se ha quedado tan pancha con la profundidad de su razonamiento. Se nota que progresa adecuadamente en sus clases de autoestima.
Temerosa como es de la actual pandemia de depresiones que últimamente asola al mundo, se obstina valerosamente a no arriesgarse a que cualquier problema la contagie. No es una batalla la que tiene declarada a las contrariedades de la vida, es una auténtica guerra. Curiosa la respuesta que dio a mi padre al conocer lo de mi hermana: “hijo, la niña ya tiene edad y derecho a realizarse”. Y se ha quedado tan pancha con la profundidad de su razonamiento. Se nota que progresa adecuadamente en sus clases de autoestima.
Menos mal que todo esto lo arreglará mi padre. Como ha solucionado
hasta ahora todas las adversidades de la familia: dando un fuerte golpe sobre
la mesa, como hace un rato, y
atiborrándonos de frases hechas y de improperios contra la democracia y el
materialismo que asola el mundo, y de
la necesidad urgente de un líder con un par de cojones que nos haga entrar por
el aro.
Así es mi padre: contundente y claro. Luego, como todas las tardes, se pasará por la peña a jugar un par de partidas de dominó y a practicar su deporte preferido: despotricar, con el primer incauto que pille, contra el gobierno de turno.
Así es mi padre: contundente y claro. Luego, como todas las tardes, se pasará por la peña a jugar un par de partidas de dominó y a practicar su deporte preferido: despotricar, con el primer incauto que pille, contra el gobierno de turno.
Estoy cansado de esta monotonía. Un día sí y otro no, caldo, y el de
en medio también. Mi problema es que sólo tengo doce años y que ya comienzo a
creerme que el "rarito" soy yo, como ellos dicen.
¡Bendita familia!
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