Mi brazo
fantasma
Desde
que perdí el brazo izquierdo en un accidente de moto su presencia es más real.
Resentido con el mundo por su nueva condición de fantasma, mi brazo se ha
vuelto retorcido y caprichoso: exige tocar la guitarra dos horas al día, hacerse
un tatuaje de un Cristo yacente y golpear al guardia que nos multó; me amenaza
con un dolor intenso si no secuestro a la vecina del quinto que tanto nos
gusta.
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