De cuatro a siete me cae encima esta tristeza grande de los hombros
como una bata de hospicio.
De cuatro a siete no salgo de casa.
Con puntualidad de sanatorio,
evito el móvil callado, la puerta oscura, el “no disponible”.
De cuatro a siete me quedo al borde de la nevera
buscando chocolate puro
o que el frío congele mi conciencia.
Después
consumada la certeza del silencio,
es el tiempo tan largo,
tan cansado de arrastrar el mundo,
que me tengo que inventar
poemas, pecados, orgullos, dramas ajenos,
para no morir como un perro
de siete a cuatro.
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