La camarera
Llegó a la gran ciudad
y entró a servir en casa de unos respetables señores. Enviaba a sus padres, que
vivían allá, en el pueblo, unos modestos giros postales que con los meses fue
incrementándolos, gracias a la nueva ocupación que había encontrado como
camarera en un lugar que no precisó muy bien en su carta. La alegría y orgullo
de los padres por aquella hija tan buena y cariñosa sufrió un rudo golpe cuando
recibieron una carta de un tribunal tutelar de menores notificándoles que su
hija se hallaba bajo su custodia, tras haber sido detenida en una sala de
fiestas, donde, al parecer, prestaba diversos servicios, entre ellos el de
camarera. Cuando la enviaron a casa, su padre le propinó una brutal paliza y su
madre la insultó y escarneció despiadadamente. Días más tarde desapareció y
nunca más supieron de ella. El padre, de vez en cuando, se acercaba por la
oficina de Correos, esperando encontrarse con algún giro postal a su nombre: en
vano. Que fuera una prostituta era una desgracia, pero que se comportara tan
egoístamente con sus pobres padres, no tenía perdón de Dios, repetía el hombre
una y otra vez al funcionario que le atendía.
Impactante.
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