El hijo de la lavandera
Al hijo de la lavandera le tiraban piedras los
niños del administrador porque iba siempre cargado con un balde lleno de ropa,
detrás de la gorda que era su madre, camino de los lavaderos. Los niños del
administrador silbaban cuando pasaba, y se reían mucho viendo sus piernas, que
parecían dos estaquitas secas, de esas que se parten con el calor, dando un
chasquido. Al niño de la lavandera daban ganas de abrirle la cabeza pelada,
como un melón-cepillo, a pedradas; la cabeza alargada y gris, con costurones,
la cabeza idiota, que daba tanta rabia. Al niño de la lavandera un día lo bañó
su madre en el barreño, y le puso jabón en la cabeza rapada, cabeza-sandía,
cabeza-pedrusco, cabeza-cabezón-cabezota, que había que partírsela de una vez.
Y la gorda le dio un beso en la monda lironda cabezorra, y allí donde el beso,
a pedrada limpia le sacaron sangre los hijos del administrador, esperándole
escondidos, detrás de las zarzamoras florecidas.
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