Regresaba, feliz, de su última visita al psiquiatra.
“De seguir así el tratamiento que estamos empleando, pronto
te hallarás libre de tu pesimismo agónico. Sólo queda que tú creas que lo
puedes conseguir, y que en momentos de crisis apliques la terapia que estamos
trabajando”.
Decidido a colaborar -y para no perder ocasión ni tiempo-, aquel
obediente y pesimista paciente, durante el trayecto de vuelta a casa, trataba
de cumplir a rajatabla los consejos de su eminente médico.
“Tengo que ser optimista”
“Debo ser optimista”
“Quiero ser optimista”
“Puedo ser optimista”
“¡Yo soy una persona optimista!”
Nada más llegar a casa, sin más dilación, abrió la ventana y se puso a respirar el ingrávido aire que envolvía su nueva personalidad.
Al día siguiente, la mañana apareció con la imagen de un cuerpo abrazado al
acerado, justo en la perpendicular que formaba la ventana del terapiado y el
suelo estrellador.
La terapia le duró poco.
ResponderEliminarUn abrazo
Hay dios, en cuanto has citado la ventana abierta... La terapia se la lleva el viento. Con tu permiso me quedo por tu blog. Te animo a visitar el mío.
ResponderEliminarSaludos