Epílogo
Creo que mi única forma satisfactoria de amar
es a través de las palabras.
O quizá, amar a las palabras,
hacer el amor a las palabras.
La mejor amante entre todas es la palabra
mullida donde recostar las heridas,
donde calmar el frío de los huesos.
La única que no traiciona.
La traicionada.
En la hora más ciega aparecen de súbito,
como la respuesta insospechada a una plegaria muda.
Son dulces y saladas, saben a promesas nunca prometidas.
Por eso nunca ofrecen:
son ellas las que se ofrecen.
Maltratadas, mancilladas, su cuerpo elástico
recupera al instante su forma primitiva y eterna,
cantando la canción de las cicatrices olvidadas.
Sólo ellas me rescatan.
Las palabras.
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