Deseos
Un
charlatán conduciendo un carromato desvencijado fue la novedad entre el tropel
de feriantes que por las Fiestas de San Amador siempre llegaban al pueblo.
—¡Vengan, vengan, pócimas crecepelo, vigorizantes masculinos, camisones de seda, estrellas de los deseos, ünguentos milagrosos para el dolor, alfombras persas!
—¡Vengan, vengan, pócimas crecepelo, vigorizantes masculinos, camisones de seda, estrellas de los deseos, ünguentos milagrosos para el dolor, alfombras persas!
En cuanto lo oyó, trotó hasta el pequeño circo y se ofreció para hacer
cualquier faena. Cuando le pagaron un par de perras, corrió hasta la carreta
del mercachifle.
—Por esto sólo te puedo dar tres pequeñitas, le dijo socarrón
el buhonero, entregándole un frasquito.
El niño esperó hasta que se hizo
oscuro. Entonces se deslizó entre las callejuelas, saltó la verja y encontró a
tientas lo que buscaba. Abrió el frasco y sopló el polvo de estrellas sobre la
tumba. Después se acostó sobre ella y pegó la oreja todo lo que pudo al frío
mármol. Así estuvo durante horas hasta que se quedó dormido mientras susurraba,
despacito, "ven aquí mi amor, que eres la estrella más bonita de mi
cielo", lo que siempre le decía su madre mientras lo peinaba para ir
al colegio. Si alguien hubiera estado allí, quizás hubiera visto
, o no, cómo una mano quimérica acariciaba su carita.
Me gusta ese aire de leyenda, de cuento antiguo, más allá de la ternura buscada, que seguro que es lo que los lectores mejor aprecian.
ResponderEliminarSaludos, Mar