Erratas
El corrector sentía que, dentro de la máquina, un duende malicioso se complacía
en introducir errata tras errata. Donde debía decir "merecedora" aparecía
mecedora; para "entretuve" le metía por las narices entre tubos; si se hablaba
de Descartes, la sustitución por Ricarte parecía oblicatoria. Él a veces pescaba
la errata, y muchas veces no. Una tarde en que la lluvia de erratas parecía tan
incontenible como una precipitación de meteoritos, en su desesperación metió la
mano donde no debía y murió electrocutado. El periódico publicó al día siguiente
una encomiosa nota necrológica, en la que se hablaba de su contradicción al
trabajo y se lamentaba su imprevista definición.
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