viernes, 31 de agosto de 2012

Julio Llamazares: "Madera de escritor"










 

 Madera de escritor



Cuando él vio el bosque que habían talado para publicar sus libros, el escritor dejó de escribir. De repente, tuvo una visión: Madrid era un gran libro lleno de personajes y cada ventana de sus edificios era una página.



jueves, 30 de agosto de 2012

Begoña Abad: "Podría haberme emborrachado"











Podría haberme emborrachado


Podría haberme emborrachado
de ansiolíticos potentes
o de vodka barato.
Podría haberme enganchado
a la coca, a las telenovelas
o al chocolate.
Podría haberme hecho adicta
a tus ausencias,
a tu malquerer, a tu dolor,
a tu lista de contraindicaciones,
pero preferí averiguar
qué eran los dos bultos
que me nacía en la espalda
y echarme a volar. 




miércoles, 29 de agosto de 2012

Juan José Millás: "Mujeres grandes"


 

 

 

 

 

 

Mujeres grandes

 

A mi madre le gustaban las historias de hombrecillos que cabían en la palma de la mano. Todos los años, cuando comenzaba el invierno y sacaba los abrigos del fondo del armario, nos decía: «Mirad bien en los bolsillos, no vaya a haber hombrecillos y les hagáis daño al meter las manos.»
Si nos veía entrar en una habitación a oscuras, nos pedía que lleváramos cuidado para no pisarlos, y por las mañanas, antes de ponernos los zapatos, teníamos que comprobar que no se había colado ninguno en su interior. Una vez me regalaron un gato, pero mamá me convenció de que lo devolviera, no porque a ella no le gustaran los gatos, sino por el peligro que podía constituir para los hombrecillos. Nunca vi a ninguno, pero vivía obsesionado con ellos y durante el desayuno solía dejarles, en un travesaño que había debajo de la mesa del comedor, un par de galletas que a la hora de la cena habían desaparecido. Quizá mi madre las retiraba en secreto. Tal vez se las comía ella misma para alimentar a los hombrecillos que llevaba dentro de su cabeza.
Hay una rama de la literatura que se ocupa de los hombrecillos. Son gente cuya única particularidad es la de caber en un dedal. Yo tuve muchas fantasías con ellos, sin duda influido por la obsesión de mi madre y por la lectura de Gulliver. Como fui un niño solitario, los hombrecillos imaginarios llenaron el vacío de las relaciones personales. A veces, cuando abría un cajón, intentaba sorprender a uno de estos hombrecillos escondiéndose detrás de un carrete de hilo. En el cuarto de baño, jamás quitaba el tapón del lavabo antes de comprobar que no había hombrecillos flotando en el agua.
Creo que no tenían ningún rasgo de carácter en particular. No eran buenos ni malos, ni locos ni cuerdos, ni ignorantes ni sabios. Conocemos las cualidades morales de las hadas, y de las brujas, pero los hombrecillos de mi madre carecían de un estatus moral. Simplemente, eran hombrecillos. Esto, que de mayor me produce alguna perplejidad, de pequeño me parecía normal. Si habías conseguido ser un hombrecillo, no necesitabas ser otras cosas. Sólo los hombres necesitan ser ingenieros o periodistas o abogados.
Muchas veces me pregunté por qué estos seres carecían de una réplica femenina, pues mi madre siempre hablaba de hombrecillos, jamás de mujercillas. Yo los imaginaba con sombrero de fieltro y corbata. Eran en general muy fumadores y parecían gozar de una buena posición económica. Un día le pregunté a mamá por qué no estaban casados con señoras del mismo tamaño y levantó los hombros como si no tuviera explicación. Pero luego no pudo resistirse y añadió con expresión de orgullo: «Es que están enamorados de las mujeres grandes.»

 

 

martes, 28 de agosto de 2012

Ángela Becerra: "Cómo me quiero"







Cómo me quiero




Aprendí a quererme
una tarde de golpe.
Cuando de un bofetón de vida
aterricé en mis pieles.
Cuando por fin noté
que desperté en laureles.
Esperaba encontrarme completa
encontrándome en otros.
Como si pies y manos me sobraran
porque no los usaba,
porque los caminaban y
llevaban prestados
esos otros.
Me miraba al espejo,
tan completa,
y si no me faltaba la rodilla,
me faltaba la risa,
o la costilla,
que se quedaba en la brisa
de algún desconocido,
conocido de prisa.
Si pensaba en mi vida
me ponía entre las ruinas
del amor que robó mi corazón,
y me entraba la total desazón
de saberme en el pecho,
con el consabido hueco
sin reparación.
Aprendí a quererme
una tarde de huida
de aflicciones.
Cuando un trozo
de mi ser corría,
dejándose el pellejo,
porque no le quitaran
lo que más le dolía...
Sus dolores.
Me creí muerta
de cuerpo para arriba,
como si el alma
me la hubieran quitado
y arrancado de cuajo,
y deambulara perdida,
tan vacía,
mezclada en el barullo de la vida.
Aprendí a quererme
en un viejo café
mientras tragaba a sorbos
mi dignidad recién batida.
Había pedido al camarero
mezclar mis esperanzas rotas,
con el zumo de una naranja amarga
y el tallo de un apio desabrido.
Una cucharada de aterrizar
la realidad, era fundamental,
para que el batido tuviera un punto
de verdad.
Después me supo amargo,
pero dulce.
Empecé a degustarme
las entrañas.
Me recordé cuando nací
tan nueva y virgen.
Tan sin preguntas,
sin futuros, ni caminos.
Tan sin fríos, sin amores,
ni dolores.
Tan sin deberes, lesiones
ni desilusiones.
Y me volvía a nacer
saltándome las reglas.
Me volví a descubrir la que tenía.
Me volví a construir
entre las ruinas.
Encontré mis cimientos
y mis vigas.
Despejé el corazón
de los tormentos fríos.
Me descubrí los ojos
de las vendas.
Y me empapé con luz
de sus ventanas mías.
Me dejé de mirar por los que
"más me amaban",
para empezar a verme
y a quererme con mis ojos...
Para empezar a amarme con mis ojos.





lunes, 27 de agosto de 2012

Julio Cortázar: "Instrucciones para llorar"


 

 

 


Instrucciones para llorar 
  

Dejando de lado los motivos, atengámonos a la manera correcta de llorar, entendiendo por esto un llanto que no ingrese en el escándalo, ni que insulte a la sonrisa con su paralela y torpe semejanza. El llanto medio u ordinario consiste en una contracción general del rostro y un sonido espasmódico acompañado de lágrimas y mocos, estos últimos al final, pues el llanto se acaba en el momento en que uno se suena enérgicamente. Para llorar, dirija la imaginación hacia usted mismo, y si esto le resulta imposible por haber contraído el hábito de creer en el mundo exterior, piense en un pato cubierto de hormigas o en esos golfos del estrecho de Magallanes en los que no entra nadie, nunca. Llegado el llanto, se tapará con decoro el rostro usando ambas manos con la palma hacia adentro. Los niños llorarán con la manga del saco contra la cara, y de preferencia en un rincón del cuarto. Duración media del llanto, tres minutos.






domingo, 26 de agosto de 2012

Amalia Bautista: "Al cabo"

 

 

 

 

 

Al cabo



Al cabo, son muy pocas las palabras
que de verdad nos duelen, y muy pocas
las que consiguen alegrar el alma.
Y son también muy pocas las personas
que mueven nuestro corazón, y menos
aún las que lo mueven mucho tiempo.
Al cabo, son poquísimas las cosas
que de verdad importan en la vida:
poder querer a alguien, que nos quieran
y no morir después que nuestros hijos.