“En la calle me he subido el cuello de la gabardina porque
empezaba a lloviznar, y he respirado hasta que me dolieron los pulmones; me ha
parecido que París olía a limpio, a pan caliente. Sólo ahora me he dado cuenta
de cómo olía la pieza de Johnny, el cuerpo de Johnny sudando bajo la frazada.
He entrado en un café para beber un coñac y lavarme la boca, quizá también la
memoria que insiste e insiste en las palabras de Johnny, sus cuentos, su manera
de ver lo que yo no veo y en el fondo no quiero ver”.
(De “El Perseguidor”, Editorial Seix Barral, 1983)