Gacela asustada
Yo ablandaba mi hombro
para que tus caracoles durmieran
plácidamente sobre él.
Mis manos las hacía más pequeñas,
más diestras y sutiles si cabe,
para escrutar el misterio de tu
cuerpo.
Por las noches
endulzo mi boca con néctar y vino,
para hacer más fructífero
el encuentro con tus labios.
Y tú, gacela asustada,
te arremolinas contra mí
buscando aquello que yo busco,
imaginando los cien mil mundos
donde pacen, felices,
los sueños que cada mañana
matamos...
Con la llegada del día
se nos va la agonía,
pero cada puesta de sol nos
recuerda
lo infinitamente vulnerable que
somos.
Mi huesudo hombro,
mis torpes manos,
mi áspera boca,
tus rosados labios...
nada son sin el impulso que
juntos damos.