RENDICIÓN INCONDICIONAL
Desnúdame, no tengo ya otra
cosa.
Pablo García Baena
A ti te digo,
ven,
¿no eres acaso
el arcángel que invoco,
el que acecha mis sueños y me
infunde
las dulces pesadillas que me
encienden la carne;
el que me inculca la palabra
exacta
si mi deseo proclamo;
el que me hace propuestas
transgresoras
cada vez que te miro;
el que me acerca a ti, si algún milagro,
como un faro en la noche, me
ilumina;
el que abre las puertas de
mi reino
con su sola mirada;
el que tiene tu rostro?
Ven, acerca tu mano
y, según tu palabra, hágase en mí
la postrer maravilla,
la sombra incandescente
que arde sin consumirse en el
serrallo
más turbio de mi carne.
Mas sea, sin embargo,
tu voluntad: dispón, pues, de
este cuerpo,
que arde si tú lo tocas,
que engendra cataclismos al paso
de tu lengua
flamígera y flamea,
como una llama, al roce de tus
labios;
¿a qué esperas?
Ven, asalta, conquista
el desmayo dichoso de mis
miembros
y hazme morder el polvo de tus
plantas
y sentir en mi vientre
la tibia comezón de la derrota,
mientras mis dedos buscan
el filo de tu espada
y comulgo tu aliento
y un mar de orquídeas negras
devora mi naufragio y me vomita,
pecio de gloria, al fin, sobre tu
pecho.
(De
“Retrato de heterónimo”, Editorial Ánfora Nova, 2008)