Mujeres grandes
A mi madre le gustaban las historias de
hombrecillos que cabían en la palma de la mano. Todos los años, cuando
comenzaba el invierno y sacaba los abrigos del fondo del armario, nos decía:
«Mirad bien en los bolsillos, no vaya a haber hombrecillos y les hagáis daño al
meter las manos.»
Si nos veía entrar en una habitación a
oscuras, nos pedía que lleváramos cuidado para no pisarlos, y por las mañanas,
antes de ponernos los zapatos, teníamos que comprobar que no se había colado
ninguno en su interior. Una vez me regalaron un gato, pero mamá me convenció de
que lo devolviera, no porque a ella no le gustaran los gatos, sino por el
peligro que podía constituir para los hombrecillos. Nunca vi a ninguno, pero
vivía obsesionado con ellos y durante el desayuno solía dejarles, en un
travesaño que había debajo de la mesa del comedor, un par de galletas que a la
hora de la cena habían desaparecido. Quizá mi madre las retiraba en secreto.
Tal vez se las comía ella misma para alimentar a los hombrecillos que llevaba
dentro de su cabeza.
Hay una rama de la literatura que se
ocupa de los hombrecillos. Son gente cuya única particularidad es la de caber
en un dedal. Yo tuve muchas fantasías con ellos, sin duda influido por la
obsesión de mi madre y por la lectura de Gulliver. Como fui un niño solitario,
los hombrecillos imaginarios llenaron el vacío de las relaciones personales. A
veces, cuando abría un cajón, intentaba sorprender a uno de estos hombrecillos
escondiéndose detrás de un carrete de hilo. En el cuarto de baño, jamás quitaba
el tapón del lavabo antes de comprobar que no había hombrecillos flotando en el
agua.
Creo que no tenían ningún rasgo de
carácter en particular. No eran buenos ni malos, ni locos ni cuerdos, ni
ignorantes ni sabios. Conocemos las cualidades morales de las hadas, y de las
brujas, pero los hombrecillos de mi madre carecían de un estatus moral.
Simplemente, eran hombrecillos. Esto, que de mayor me produce alguna
perplejidad, de pequeño me parecía normal. Si habías conseguido ser un
hombrecillo, no necesitabas ser otras cosas. Sólo los hombres necesitan ser
ingenieros o periodistas o abogados.
Muchas veces me pregunté por qué estos
seres carecían de una réplica femenina, pues mi madre siempre hablaba de
hombrecillos, jamás de mujercillas. Yo los imaginaba con sombrero de fieltro y
corbata. Eran en general muy fumadores y parecían gozar de una buena posición
económica. Un día le pregunté a mamá por qué no estaban casados con señoras del
mismo tamaño y levantó los hombros como si no tuviera explicación. Pero luego
no pudo resistirse y añadió con expresión de orgullo: «Es que están enamorados de
las mujeres grandes.»
Bellísimo! Gracias Manuel!
ResponderEliminarAbrazo!
Fer