viernes, 8 de marzo de 2013

Rafael Lozano: "Inventando al hombre nuevo"











Inventando al hombre nuevo




¿Dónde estoy? ¿Entro o salgo, me muevo o me ubico?
No sé quedarme quieto, haga lo que haga, siempre me dirijo a ningún sitio.
¿Qué digo? ¿Me piensan o existo?
¿Cuál es la diferencia entre vivir y ser vivido?
¿Cuál la de atrapar el espacio o ser arrollado por él mismo?
¿Vivimos el tiempo, o, tal vez, es éste el que nos transcurre?
En el mundo de los majaras, el loco es el más cuerdo. Está claro. O al menos, ellos no tratan de justificar su osadía.
Pero en el mundo de los hombres, el más coherente es la mascota de compañía. ¡Siempre dando a cambio de nada! Todo el rato mirando la sonrisa boba de tu tristeza.
Nos creemos de vuelta, cuando aún ni siquiera hemos emprendido el camino.
Somos lentos, perezosos y esquivos.
No tenemos salida. De nada sirvió la destrucción de Sodoma y Gomorra.
De nada sirvieron las plagas. De nada sirvió el diluvio.
Seguimos padeciendo las mismas carencias.
El hombre se autodestruye. El mundo se autoaniquila.
¿Qué queda más allá de la esquina?
¿Hay algo por lo que merezcamos ser salvados?
Nosotros mismos ponemos barreras a nuestras ilusiones.
Hacemos calendarios engañosos que nos sirven para nada.
Marcamos el tiempo, con falsas estaciones donde nadie se baja.
Inventamos absurdos relojes, inservibles calendarios, que a nadie convencen, con el enfermizo afán de aprisionar en ellos a los querubines juguetones.
Disfrutamos, trazando fronteras sobre imaginativos países: Raya, punto, raya, punto... Desolación para los hombres.
Las rayas son el hambre. Los puntos, las balas que disparan los fusiles.
Con las fronteras –igual que ocurre con las puertas-, pensamos que nos protegemos, cuando lo único que hacemos es levantar una barrera de odio.
¿Queda algo al volver la esquina?
De verdad, ¿existe alguna razón por la que merezcamos ser salvados?
¿Habrá un dios tan generoso que pueda aceptar nuestra maldad y nuestra agria soberbia?
Me atemorizan los santones, los profetas, los tímidos, los callados, los “buenos”. Son un eufemismo, un pozo ciego donde se acumula la bilis que más tarde vuelcan sobre los demás.
Prefiero los “golfos”, los estigmatizados, los rebeldes, los incomprendidos, y también los locos. Al menos, estos no ocultan su maldad tras un halo de inocencia.
Me siento más cómodo entre ellos. Tienes la impresión de que nunca traicionan y que cuando atacan, lo hacen de frente.
Reivindico a Lord Byron, Jean Genet, Céline, Sartre, Henry Miller o Cortázar en la lectura. 
Giuseppe Arcimboldo, Murillo, Picasso, Van Gogh o Goya en la pintura. 
Erik Satie, Mahler, Arvo Pärt, Jan Garbarek, Ian Anderson o Dylan en la música. 
Y a Chaplin, Lars Von Trier, Michel Haneke, los Monty Python o Michael Moore en el cine.
Me atrae su abismo. Ellos están lejos de la compresión de los iconoclastas y de los academicistas.
Pero lo que más rechazo produce es su atrevimiento a la transgresión, su ingenio, su manera de innovar, el descaro infrigido de adelantarse al tiempo y a ellos.

Golfos, asexuales, apóstatas de lo establecido, transformadores, visionarios, idealistas, transgresores, románticos de las causas perdidas, son los que perfilan y hacen avanzar el mundo. Sin ellos –aunque a muchos les cueste aceptarlo-, el hombre aún caminaría encorvado y con taparrabos.
Mientras, el resto se escuda en la torre de sus mentiras.
Hablan de absurdos conceptos, como el de reinventarse, pero esto no es más que una falacia para huir de la realidad que les atosiga.
Quieren creer que con el cambio de año -que ellos han inventado-, es posible que surja un hombre nuevo, allí donde no hay un terreno abonado.
Quieren pensar que el mundo será distinto, sólo por el mero hecho de desearlo.
Por unos segundos creen en la utopía del hombre nuevo, aunque ninguno haya cuidado de regar el platón de los deseos.
No sé qué hago aquí.
Sigo teniendo mis dudas de si salgo o si entro.
¿A quién se le ocurrió hacernos tan diferentes y meternos en un mismo planeta?
¿Por qué no se ideó pequeños asteroides donde colocar en uno a todos los locos, en otro, a los endemoniados, en el siguiente, a los engañados, en el de más allá, a los serviles, cercano a éste, el de los rastreros, y en dos más alejados, uno donde sueñen los visionarios y otro para que idealicen los utópicos?

No tenemos escapatoria, a no ser que nos pongamos en marcha e inventemos -de verdad, sin más excusas ni dilaciones-, al hombre nuevo, ese hombre real que nos impulse a movernos.




 







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