El verso
Entre la realidad y la prosa se alza el verso, con todas
las ventajas del jugador de ajedrez y ninguno de sus extravagantes cuadros. Ni
siquiera el soneto, tan recogido él, tan cruzado de brazos. Pues alguien lo
acantiló, lo precipitó por dentro, abombando sus límites para que una historia
completa cupiera en una palabra tan triste como ésta. Es el verso sin sonido,
el verso por sí mismo, sonando siempre que se le tacta con la boca, caso
curioso de subsonido, pero evidente y prolongado.
Duerme la rosa, el soldado y sus predecesores. La poesía
sólo aspira a esto, a ser presente sin fábula, puro verso sostenido con una
mano en el día siguiente. La rosa puede seguir aquí, dejadla hasta que termine
de moverse, es una realidad, al fin y al cabo, contradictoria: una traición al
tiempo, un poco de polvo iluminado.
El verso es distinto, ni realidad encogida ni prosa en
exceso descalabrada, de un solo verso nacen multitud de paréntesis, soldados y
otras cuestiones.
Respetemos al niño que berrea, a los poetas de antes de la
guerra, ignoro a cual me refiero porque todas trajeron multitud de vates
nuevos, mesas redondas y una causa que permanece aún en entredicho, la paz,
ante todas las cosas.
Para algo ha de servir un renglón, acto seguido de muchas
obras públicas, una revolución tal vez aunque todavía desconozcamos la forma de
abordarla.
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