Las leyendas no se detienen en minucias. Una de ellas cuenta que un emperador
de la China fue iluminado por la verdad, pero no nos ha dicho su nombre ni su
dinastía ni su tiempo.
El emperador llamó a su consejero principal, y le confió su angustia:
El emperador llamó a su consejero principal, y le confió su angustia:
-Nadie me teme -dijo.
Como sus súbditos no lo temían, tampoco lo respetaban. Como no lo respetaban, tampoco le obedecían.
-Falta castigo -opinó el consejero.
El emperador dijo que él mandaba azotar a quien no pagaba el tributo, que sometía a lento suplicio a quien no se inclinaba a su paso y que enviaba a la horca a quien osaba criticar sus actos.
-Pero esos
son los culpables -dijo el consejero. Y explicó:
-El poder sin miedo se
desinfla como el pulmón sin aire. Si sólo se castiga a los culpables, sólo los
culpables sienten miedo.
El emperador meditó, en silencio, y
dijo:
-Entiendo.
Y mandó al verdugo que cortara la cabeza del consejero, y
dispuso que toda la población de Pekín asistiera al espectáculo en la Plaza del
Poder Celestial.
Después del consejero, otros inocentes fueron decapitados.
El emperador tuvo larga vida y feliz gobierno.
Después del consejero, otros inocentes fueron decapitados.
El emperador tuvo larga vida y feliz gobierno.
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